En la última entrevista concedida e El Nacional, el actor habló de Gabriel, el personaje que interpretó en La Revolución de Isaac Chocrón
Ma ANGELINA CASTILLO BORGO / El Nacional
En su currículum se acumulan cerca de 40 telenovelas, 18 películas y 50 obras de teatro. Pero esa suma no es suficiente para Gustavo Rodríguez. El actor oriundo de estado Bolívar todavía tiene mucho que decir. Además de trabajar en la nueva producción dramática de Venevisión, De todas maneras rosa, en la que interpreta a "un bicho" -así describe a su personaje-, continúa sobre las tablas como parte de La revolución. La pieza, que tendrá funciones en el Ateneo de Caracas hoy y mañana, fue escrita por Isaac Chocrón en 1971 y estrenada en esa fecha por El Nuevo Grupo. Narra las miserias de dos homosexuales que serían capaces de darles sentido a sus vidas con su propia destrucción.
-¿Cómo ha madurado el personaje de Gabriel después de dos décadas de la primera interpretación?
-Gabriel es un hombre que opta por la ruptura para liberarse, para conseguir su propia libertad, su propia definición.
Esa ruptura implicó, en el momento que la asumí, un saludo a la bandera a un movimiento social emblemático en Latinoamérica y en el mundo que había ganado muchos adeptos como fue la Revolución cubana. Hoy por hoy ese movimiento se ha convertido en uno que ha frenado toda posibilidad de evolución del pueblo cubano y que ha represado el pensamiento liberador. Esa diferencia para mí es abismal, marca una pauta bien grave. Creo que afrontar actualmente al personaje de Gabriel es mucho más lacerante y desgarrador.
-Fue escrita en 1971, ¿ha evolucionado la sociedad desde entonces?
-Creo que ha involucionado. Aparentemente hay cierta tolerancia, pero es mezquina. Diría que hipócrita. Permite ser al otro, pero en función de mofarse o reírse de su actitud. La sociedad nuestra no tolera, no admite el homosexualismo ni la capacidad del individuo de ejercer sus propias preferencias sexuales.
-¿Cuál es la revolución que ocurre en Venezuela?
-No hay ni revolución ni socialismo. Hay un fariseísmo que se encubre con la satisfacción de las necesidades más perentorias de seres olvidados. Pero no hay un vuelco de estructuras. Los estamentos y relaciones de poder se conservan iguales y más viciados.
-El número de espectadores teatrales ha crecido. ¿Cuál cree que debe ser la actitud de quien oferta?
-Creo que el público venezolano necesita estar cerca y crecer con la actividad teatral. Creo que hay que aprovechar que la gente asiste al teatro y hacer propuestas más trascendentes. Adolecemos de buenas realizaciones.
-En una época Venezuela fue referencia por sus producciones televisivas. ¿Qué sucede ahora?
-Perdimos. Éramos un país productor consistente y permanente. Nuestros productos eran vistos y solicitados. Hubo como un chinchorro en la especificidad del trabajo que permitió que el control de calidad nuestro bajara. Creo que comenzamos a fallar al no ser exigentes con nosotros mismos; eso influyó también en la aceptación del público, sobre todo en el exterior. Y de ahí que nuestra cantidad de producción también bajara. Únele el hecho de la poca competitividad que se ha establecido. Eso ha traído una lasitud en la concepción de los trabajos y nos hemos desprendido del ser social del venezolano. Por ejemplo, los colombianos hacen sus vainas muy colombianas, con respeto y autenticidad, pero con gran trascendencia. Nosotros tenemos hasta miedo de tocar nuestras cosas. Nos hemos despersonalizado.
-¿Y lo mismo pasa con el cine?
-Nosotros tuvimos momentos de gloria. Estamos retomando la actividad febril del cine venezolano. Me encanta lo que está sucediendo porque hay gente muy joven y muy buena que toca temas más cotidianos, pero con una destreza y una honestidad que le dan un nivel extraordinario. ¡Gloria a Dios!, porque creo que era necesario que el cine venezolano tuviera la presencia y contundencia que había perdido. Pero el lado flojo sigue siendo el presupuesto. Con lo que cuesta un día de rodaje en un país más serio, por decirlo de alguna manera, aquí se hace una película. Entonces la producción deja mucho que desear. Hay propuestas nuestras que han sido consideradas en un principio, pero ves que la cosa se cae porque no hay una producción sólida.
-¿Qué hace falta, entonces, para consolidar las artes?
-En el caso del cine, diría que más participación del Estado, pero no con cintas para complacer la ideología de un gobierno o una transición política. Con esto formulo una crítica, porque creo que la Villa del Cine, aun cuando ha hecho cosas, tiene una visión un poco cerrada. Ha habido cierta exclusión en ese sentido. Y en la actividad teatral hacen falta centros de formación; eso tendríamos que considerarlo e incentivarlo. Además, falta cohesión. Hay mucha gente joven haciendo cosas, pero están muy dispersos, aislados.
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