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domingo, 10 de mayo de 2015

Viviana Gibelli habla de su maternidad después de los 40


“A los 26 años se me despertó el instinto maternal, y recuerdo que fue a esa edad porque estaba haciendo ‘Las Cómplices’ y Raquel Lares era la que menos ganas tenía de embarazarse y fue la primera en tener un hijo con Gilberto Correa. Después siguió Maite, mientras yo tuve que esperar.

Nayib Canaán / Panorama

Yo pienso que la realización de una mujer realmente se da cuando se convierte en madre y yo no decidí tener hijos después de los 40 años. Creo que la vida me fue llevando a eso. Uno posterga la maternidad por varios motivos: o no encontramos a la persona que es, o le damos paso al trabajo o quizás preferimos esperar un poco más.

El hecho es que nos toca ser mamá en el momento preciso, y a mí me tocó en el 2009, a los 43 años, cuando tuve a mi primogénita, Aranza. Recurrí a la fertilización in vitro porque ya no estaba en edad para esperar o intentarlo varias veces. Estaba muy emocionada, imagínate que me hacía ecos hasta semanales porque tenía una gran necesidad de verla. Me compré unos aparatos para escuchar los latidos del corazón y todo. Cuando nació experimenté el momento más glorioso que puede tener una persona en la vida. Nada de lo que yo te pueda decir describe esa escena.

Y aunque me hizo muy feliz, yo quería otro hijo, por eso me embaracé de Sebastián, quien llegó al mundo en septiembre del 2010, para terminar de convertirme en una persona plena.

Cuando hay mujeres que me dicen: ‘No he podido ser madre’, siempre les recomiendo no tirar la toalla. La maternidad llegó a un momento en mi vida muy especial y nunca entendí la trascendencia que eso iba a tener en otras mujeres, o cómo iba a repercutir en muchos matrimonios. Las mujeres llegaban al consultorio y le decían a mi doctor: ‘Si Viviana pudo, yo también’. Me di cuenta cómo el hecho de tener hijos después de los 40 años motivó a otras a que también los tuvieran, esa era quizás mi misión.

El hecho de no ser madre me generaba una tristeza, sentía que me faltaba algo en la vida. Uno puede tener pareja, puede tener una profesión, maravillosa como la mía, que adoro, pero siempre va a faltar un hijo. Yo tenía un vacío y desde que llegaron mis pequeños soy un mejor ser humano, y no es que no lo era antes, sino que ahora entiendo más las cosas, soy más comprensiva.

Siempre supe que iba a ser mamá, siempre tuve la certeza y no perdí las esperanzas. Aunque pensaba que primero iba a tener al varón. Después entendí por qué Dios me mandó primero a Aranza, pero eso es algo muy personal.

A mis dos hijos los amo con locura. A los dos los quiero en la misma proporción. Aranza me enseñó a ser un poco más flexible, me reconcilió con mi lado de niña, me relajé. Volví a jugar, me trasladó de nuevo a los lazos. El varón me volvió a acelerar. Espero que ninguno de los dos me saque canas verdes, pero si me las sacan, me las tiño, porque para eso están los tintes.

Y si me salen arrugas, pues bienvenidas sean.

He tenido épocas muy duras, pero mis hijos han sido la mejor medicina. Por ejemplo, el 2011 fue un año muy difícil para mi porque murió mi papá en abril y mi mamá en octubre. Y en diciembre, David y yo tomamos la decisión de separarnos para luego divorciarnos en el 2012. Con esta lección comprendí que la gente se cruza en tu vida por algo, para que tú enseñes algo o te enseñen algo a ti, para hacer algo juntos y nosotros tuvimos dos hermosos hijos. Así que tenía que seguir adelante, no me podía quedar ahí. Ahora estoy tranquila, feliz, y no descarto la idea de volverme a casar; claro que no.

Me gratifica saber que estoy criando muy bien a los niños con un papá que siempre está, de él no me puedo quejar. El hecho de que no hayamos funcionado como pareja no quiere decir que no funcionemos como padres. David es un papá estupendo.

Yo digo que Dios es perfecto. Uno a veces lo cuestiona, pero Él nunca se equivoca. Ser mamá es la plenitud total. Como madre soy absolutamente imperfecta. Tengo tanto que aprender, pero estoy cargada de amor. Todo el tiempo me ando preguntando cómo puedo hacerlo mejor, pero siento que tengo que dejar que todo fluya”.

Tengo a alguien que me ayuda, pero yo sé exactamente todo de mis hijos. Le doy de comer a los niños, le escojo la ropa, los llevo al médico, les compro la leche, los remedios, los juguetes. En la casa no se hace nada que yo no diga.

Les cocino, les hago su carnita molida, su sopitas a las que le pongo más vegetales que carbohidratos, pollo, lagarto. Ellos comen pescado una vez a la semana, tortilla de espinaca, full vegetales. Les rallo zanahoria sobre la pasta y les encanta el queso crema. Ahora soy menos ansiosa, soy más feliz desde que soy mamá y en la calle me la paso hablando de mis niños. A veces le busco conversación a la gente y dicen ‘Ay, me está hablando Viviana’... A mí me da mucha risa eso”.


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